En la etapa de la adultez tardía es cuando generalmente, nuestros hijos comienzan a alejarse del núcleo familiar, ya sea por cuestiones laborales, comienzos de noviazgos o formación de sus familias.
Este es un proceso natural, pero como proceso no sucede de la noche a la mañana, lleva un tiempo en la evolución natural de toda familia; pero parecería que no nos damos cuenta hasta que volteamos y vemos “nuestro nido vacío”.
Si tomamos conciencia de lo que significa formar una familia sana, esta separación sería mucho más llevadera y enriquecedora para todos los miembros.
Tenemos hijos para amarlos, formarlos y dejarlos ir, entonces ¿por qué nos sorprendemos cuando esto sucede?
La preparación para esta etapa del ciclo vital de la familia comienza desde que formamos pareja, antes de tener a nuestros hijos.
Decía Gibran Jalil Gibran sobre el matrimonio: “…! Ah , sí! Juntos han de estar aun en el silencioso recuerdo de Dios. Pero cuiden de dejar espacios en su unión, y que el viento de los cielos pueda danzar entre ustedes. Ámense el uno al otro, pero no hagan del amor cadenas, sino un mar que se agite libremente,… canten y bailen juntos; regocíjense también, pero que cada uno este solo, como sola se mantiene cada cuerda del laúd”.[1]
Parecería que cuando formamos una familia, las mujeres, aunque seamos laboralmente activas y productivas, dedicamos gran parte de nuestro tiempo a ser madres y los hombres a la productividad y a ser padres, pero nos olvidamos de ser pareja, sin pensar que mientras la unión de dos funcione, los hijos tendrán el fundamento suficiente para crecer sanos integralmente.
Los padres y madres deben de tener el tiempo suficiente para su crecimiento personal, así como la dedicación para atenderse el uno al otro; así como para la atención de los hijos.
Cuando los hijos comienzan a delinear sus vidas, los padres tenemos la obligación de orientarlos, estructurarlos y dejarlos avanzar, con sus propios errores y aciertos, dejarlos vivir su vida. ¿En verdad creemos que somos ejemplares como para exigirles a nuestros hijos que repitan nuestra vida, que nosotros tenemos la verdad sobre cómo debe ser la existencia? Dejémoslos volar y volteemos a ver nuestra propia vida y planearla para esta nueva etapa.
Retomando a Gibran dice de los hijos: “Pueden darles su amor, pero no sus pensamientos… son ustedes (los padres y madres) los arcos de los que sus hijos cual raudas flechas salen disparados en la senda al infinito…” Esta es nuestra función como padres.
Ahora, cuando ya hemos logrado que nuestros hijos comiencen su vida independiente, es el momento de retomar nuestra vida de pareja, aunque nunca debimos de haberla dejado. Si nos hemos descuidado, encontraremos al otro como un desconocido, pero esto lejos de ser un problema lo podemos convertir en una oportunidad.
Imaginemos un momento, que en esta situación encontráramos a una persona que volviera a despertar en nosotros ese enamoramiento de hace tantos años, ¿qué haríamos? ¿nos arreglaríamos más de lo normal, compraríamos algo nuevo para ponérnoslo, inventaríamos citas, planearíamos actividades novedosas, trataríamos de agradarle? Seguro que sí, pero si esto lo hacemos con “ese/esa desconocida” con la que hemos vivido los últimos 25 años, ¿qué pasaría?
Este es el reto del retorno a la vida de pareja que se da en el ciclo de la familia. No es fácil, sobre todo cuando se ha caído en la rutina, cuando las mujeres sienten que su papel de madres ha terminado, cuando el hombre se siente improductivo y poco reconocido por su entorno; es más cuando los hijos ya no tienen tiempo para nosotros.
Todo esto sucede, pero es decisión nuestra lo que vamos a hacer con estas circunstancias. Demos un paso a la vez, quizás hoy preparo una cena especial y el otro me invita a pasear.
Quizás podamos ir encontrando espacios para nosotros y espacios para cada uno de nosotros.
Quizás nos sorprenderemos cuando volteemos a nuestro lado y descubramos que aquel al que amamos tanto como para compartir toda nuestra vida, aún es atractivo/a, interesante, entretenido.
Darnos esta oportunidad es redescubrirnos en el otro y comenzar una nueva aventura en esta etapa de la vida.
Autora: Lucía Yolanda Burgos Uriarte
[1] Gibran Jalial Gibran, “El Profeta”, Ed. Diana, México 1991.
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