La muerte es la verdad más contundente y real desde que nacemos, sin embargo nos cuesta mucho trabajo hablar de ella.
Desde que nacemos sabemos que vamos a morir, es la única certeza que se tiene a lo largo de la vida. Si nos detenemos un momento a pensar de qué sirve saber que vamos a morir podemos darnos cuenta que lejos de ser algo malo, es algo que nos da límite… finitud.
Detengámonos a pensar qué sería de las personas sin límites, ya sea físicos y/o morales, ¿en qué clase de sociedad viviríamos? Desde que nuestros hijos son pequeños, sabemos que dentro de la casa debe de haber reglas, límites que si sobrepasan tendrán consecuencias coherentes. Lo mismo sucede con el devenir de la vida.
La primera y única regla que no varía nunca es la conciencia de la muerte física y a partir de ella deberíamos construir nuestra vida. Sin embargo parece que nos podemos burlar de la muerte, festejarla pero siempre lejos de nosotros… en el otro. El saber que vamos a morir nos hace apreciar la vida, también nos provoca temor que hace que “andemos” con más cuidado. Por lo mismo “vemos” por los demás, podemos cuidar al otro ante el temor de que muera. Ante el peligro de muerte demostramos amor, solidaridad, compasión. Es la muerte la que nos hace consciente de nuestra propia finitud y mueve voluntades para evitarla; sin embargo sabemos que la podemos eludir por momentos, pero siempre va a llegar.
La muerte nos democratiza, ante ella no hay ricos y pobres, buenos y malos, de ninguna idea política o religiosa. Ahí, en ese momento, todos somos iguales. Podemos darnos cuenta de lo importante que es la muerte y su permanencia en el pensamiento humano.
Podemos actuar ante ella con lo mejor o lo peor de nosotros, puede ser un acicate para movernos hacia el bien o un plomo que nos arrastra hacia el mal. Es una oportunidad para dar el último ejemplo de vida y trascender en los que nos rodean por nuestra actitud.
Quiero detenerme, en una breve reflexión, en un autor llamado Erick Erikson, el cual estudió las distintas etapas de la vida y cuáles son las crisis por las que se atraviesa a lo largo de ella, para que podamos comprender la bendición que es llegar a la última etapa y cuál es la tarea que debemos cumplir para lograr cerrar el círculo de la vida de buena forma.
Comenzamos con la infancia, en dónde se gesta la confianza, en base a que el recién nacido sienta que cuando tiene hambre habrá quien lo alimente, le cubra sus necesidades básicas de subsistencia.
En la niñez temprana lo que se debe lograr es la autonomía de los niños, es decir, este hacer las cosas por ellos mismos, tener una separación positiva de los padres de acuerdo a la etapa; pensemos en los niños de alrededor de los dos años que se empeñan en comer solos, por ejemplo.
En la edad del juego hay que fomentar la iniciativa, que las niñas hagan cosas nuevas, experimenten sin sentir culpa, reforzarlos en descubrir el mundo de acuerdo a sus posibilidades.
En la edad escolar es el reconocimiento de sus logros, el apoyo a sus labores.
La adolescencia es cuando los muchachos/as descubren su identidad, que no son como papá o como mamá, sino alguien distinto y bueno. Experimentan, se quieren parecer al grupo, pero al final deben descubrir quiénes son ellos/as mismos. Esa es la gran tarea.
Para la juventud, los muchachos se separan del grupo para encontrarse con la relación de pareja y la intimidad, que provocará su elección de vocación, ya sea para el matrimonio, la soltería o el celibato.
La adultez es para generar, la época en dónde se forma familia, la actividad laboral es preponderante, es la generatividad en todo el significado de la palabra, la época que más productiva es.
Ahora, llegamos a la Vejez, mal llamada tercera edad como hemos podido ver, ya que hay otras muchas etapas, según sea el autor.
En esta etapa es en donde la persona debe lograr la integridad de su persona; esto es recoger sus experiencias, buenas o malas; las relaciones y la red de apoyo que ha tenido durante su vida, sus triunfos y sus fracasos; y entonces comenzar a ver su vida en plenitud, objetivamente. Nunca perder de vista la frase de: “Por sus frutos los conocerás” para poder dimensionar lo que hemos hecho y sido a lo largo de la vida.
Pero ahí no termina, sino que comienza.
Es la oportunidad de la reflexión, del proceso de reivindicación. En donde nos hemos equivocado, tenemos la oportunidad de rectificar, de pedir perdón, de dar perdón, reconciliarnos, dar ejemplo, hacer de esta “última” etapa la mejor de nuestra vida; tenemos la ventaja de ya haber recorrido el camino y saber los atajos y los caminos complicados. Es en esta etapa en dónde nadie nos debe tomar desprevenidos, ya sabemos conocimiento sobre muchas cosas, es el momento de aplicarlas y a esto se le llama sabiduría.
No todos tienen la oportunidad de llegar hasta aquí; cada vez somos más pero no quiere decir que seamos los mejores. Los que han llegado esta etapa, es una oportunidad y debemos aprovecharla para vivirla, en toda la extensión de la palabra, a cada instante y en plenitud.
Autora: Lucía Yolanda Burgos Uriarte
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