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Vivir sola o con alguno de mis hijos: He ahí el dilema

Esta pregunta es muy común entre las personas mayores, sobre todo cuando se han quedado solas o comienzan algunos signos de dependencia.



Conforme se envejece es más común que las personas mayores vivan bajo el mismo techo que sus hijos, por distintas circunstancias y parecería que las relaciones se complican.


¿Cuáles son las razones por las que los padres terminan viviendo junto con los hijos?


Normalmente es porque alguno de ellos/as lo necesita; es decir, por ayudar.


En nombre del amor se llegan a cometer grandes injusticias con los que más amamos, porque “hasta para ayudar” hay saber hacerlo.


El problema con las relaciones de ayuda es que, difícilmente quien presta la ayuda, se detiene a preguntarle al otro qué es lo que necesita. Generalmente damos por sentado que nosotros sabemos lo que el otro necesita y actuamos en consecuencia. Cuántas veces ofrecemos algún tipo de ayuda sin detenernos a pensar en las consecuencias y sólo cuando estas llegan nos damos cuenta que ese no era el tipo de ayuda que debimos brindar.


Que alguno/a de nuestros hijos viva con nosotros conlleva una serie de responsabilidades que habría que pensar antes de acceder.


Si son los hijos quienes acuden a los padres para vivir bajo su techo, son ellos quienes deben guardar prudencia y más respeto por quienes les han brindado la ayuda. No es raro saber de padres que les permiten a sus hijos quedarse en su casa y que al pasar de los años, los padres se convierten en huéspedes en sus propias casas.


Es parte fundamental de una buena relación tener las cosas claras, cuáles son las reglas de convivencia, los mínimos de respeto que se tienen dentro de una casa, quién paga qué cosa, horarios, formas, entre muchas cosas, etc.


En las familias las relaciones se pueden ver ensombrecidas por la ambigüedad en cuanto a los límites. Las sensaciones de injusticia y de abuso entre los miembros, generalmente se dan porque no se hablan las cosas antes de que sucedan y ya que pasan, tampoco se aclaran. De esa forma se va acumulando el resentimiento. Así como cuando nuestros hijos son pequeños en la familia se establecen normas de actuación, horarios y responsabilidades, de igual forma cuando los hijos regresan al hogar de origen.


Lo conveniente es que ANTES de aceptar ese regreso se “pongan sobre la mesa” las reglas. El rol de los padres no se ve modificado sustancialmente, siguen siendo cabeza dentro de su propia casa… o por lo menos eso es lo ideal.


Cuando son los padres quienes tienen que recurrir a los hijos, la situación puede ser más tensa, ya que los roles se pueden ver modificados. Normalmente los hijos son los que dependen de los padres, hasta cierta edad; posteriormente la relación deja de ser totalmente vertical y tiende a ser más horizontal conforme los hijos/as se separan de la familia nuclear y comienzan su camino de forma independiente; pero el rol de padres NUNCA debe invertirse, es decir los hijos NUNCA serán los padres de los padres.


Podrán ser el sostén en muchos aspectos, quienes los ayudan, protegen y cobijan, pero ellos siempre serán hijos y por lo tanto le deben a los padres, primero amor y por lo tanto respeto. No debemos olvidar que seguramente el hijo/a ya tiene conformada una familia en la cual el padre o madre se va a insertar. Estos deben de respetar los usos y costumbres de esa familia, adaptarse y comportarse dignamente.


Para evitar disgustos entre los miembros de una familia que deben vivir bajo el mismo techo, lo primero que deben plantearse con las reglas de convivencia. Quien llega a insertarse en una nueva familia deberá de adaptarse a dichas reglas, no importa si son los/las hijos/as o los padres.


Las reglas deben ser claras y sencillas, no deben ser resultado de un impulso, siempre deben de tener las mismas consecuencias, no pueden cambiar de un día para el otro, deben ser conocidas y comprendidas por todos los miembros de la familia que habitan bajo el mismo techo, aceptadas, justas y con ello me refiero que no pueden ser las mismas reglas para un miembro de 2 años que para otro de 80 años, dependerán de la edad y de las condiciones físicas y de salud, así como reglas que respeten la dignidad de cada uno de los miembros.


Pero cuando hablamos de personas mayores hay otras consideraciones para el establecimiento de reglas: habrá de respetarse la intimidad de cada uno de los miembros de la familia, sus espacios, sus tiempos. La persona mayor debe sentir que pertenece a ese ámbito familiar, no es en dónde vive el mayor, sino con quién convive, que no se siente abandonado, que los demás crean que por vivir bajo el mismo techo desaparece la soledad.


No hay peor soledad que la que es acompañada, cuando nadie te ve. Es muy importante el contacto con otras generaciones, esto enriquece a todos. Hay que atender a una persona mayor, pero no sobre proteger, ya que esto genera invalidez. Habrá que comprender más que entender al otro. Generalmente queremos entender, y muchas veces, las razones del otro no nos convencen. Debemos comprender las emociones, los sentimientos, las necesidades del otro, sin prejuicios, sin juzgar.


CONCLUSION


Para tener una convivencia sana entre los miembros de una familia que habitan bajo el mismo techo, la premisa es el amor. Pero esto no lo es todo. Deberá de haber una reunión con los miembros, conocer las reglas que tienen en ese hogar, escuchar cuáles son las necesidades de cada uno de los miembros, ver la forma en la que cada uno de ellos puede cooperar para un mejor funcionamiento de la convivencia. Todo lo anterior basado en el respeto a la dignidad del otro y a la equidad en el trato. Sin reglas claras, sin necesidades expresadas reina el caos y la ambigüedad y esto, a la larga genera sensaciones de injusticia y resentimientos que pueden hacer de la convivencia algo insoportable.


Si no lograste establecer estos límites desde el principio, nunca es tarde para hacerlo y comenzar de nuevo.


Autora: Lucía Yolanda Burgos Uriarte

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